En 1991, Carmen Herrero, siendo directora del Museo Municipal de Madrid, organizó una gran exposición infrecuente en el panorama madrileño de entonces “Carteles de fiestas en la colección del Museo Municipal 1932-1991”. Aunque se exponían 118 carteles con variados temas, el motivo principal lo ocupaba la celebración de las Fiestas de San Isidro con un total de 90 carteles, entre premios y accésits (se editaban varias versiones a veces).

El primer cartel, fechado en 1932, festejaba el Primer aniversario de la República. Otros, se dedicaban a las verbenas de la Paloma y de la Moncloa, al Año Nuevo, al Servicio de Asistencia Social, a la Junta de Beneficencia y al día del Bombero, esporádicamente. Tan sólo con los de Carnavales se había adquirido una frecuencia y calidad reconocida en esos primeros años. Es en 1947, con el primer cartel de las Fiestas de San Isidro, cuando se consigue una constante y permanente cita todos los años (el 15 de mayo) con la efeméride del santo patrón San Isidro (Isidro Merlo y Quintana, nacido en Madrid en el siglo XI, labrador, correspondiendo al apelativo burlesco que se dice de los oriundos de este poblachón manchego).

Aquí, con las premisas del proyecto de Pioneros Gráficos que nos sitúa en el periodo 1939-1975, hemos seleccionado 23 carteles, donde los ilustradores manifestaban en su trabajo una alegría y conceptualidad moderna, alejándose de la influencia religiosa que pudiera emanar de la figura del santo patrón como condicionante. Aún, con los tópicos más evidentes como los del blasón madrileño, el casticismo historicista, la arquitectura emblemática y recurrente, los diseñadores mostraban representaciones gráficas más acordes con los vientos que soplaban desde afuera en ese periodo. Cada composición se realizaba en formato 70 x 100 cm. donde la ilustración se concebía como diseño y el diseño se nutría del oficio de ilustrador. Grafistas, en suma.

La idea que manaba de estos concursos –o encargos– tenía una doble finalidad: su aprovechamiento y explotación como vehículo anunciador, y la creación de un patrimonio gráfico guardado –celosamente– en las colecciones municipales.

¡Oído, cocina! Los vientos que ahora soplan son diferentes, los carteles actuales –la mayor de las veces– tan sólo muestran unas viñetas de complemento a la información resuelta tipográficamente, que cumplen con su efímera misión anunciadora y no generan patrimonio artístico, que es el verdadero legado que nos dejaron estos pioneros gráficos.

Por Javier García del Olmo