Esta fue la primera iniciativa de una serie que llegó a siete de «0-figura» sobre arte no figurativo que organizó la Sala Gaspar. La exposición de 1960 se sumaba a los actos conmemorativos del tricentenario de la muerte del pintor, y cuyo catálogo lo introduce un espléndido texto del crítico de arte Rafael Santos Torroella.
Además de iniciar una serie de pequeñas y sofisticadas publicaciones -otro ejemplo de las cuales ya mostramos en la entrada anterior de este blog– el catálogo sorprende por muchos motivos, tanto de contenido como de factura.
El título «Homenaje informal a Velázquez» es irónicamente muy explícito ya que, de manera entusiasta y sobre la marcha, reunió a 41 artistas plásticos del informalismo español para rendir homenaje al «pintor de pintores» mediante una muestra colectiva, prueba de la inacabable admiración que despierta su maestría; una fascinación que se pone de manifiesto en el catálogo a través de la opinión de cada uno de ellos -y varios críticos de arte invitados- sobre su genio artístico y con el que, en algún u otro sentido, muchos perciben ser continuadores de una tradición que los une, especialmente por la naturaleza del estilo pictórico de la pincelada liberada de Velázquez y de su mirada.
Varios hablan de lo precursor que fue su modo de hacer realismo en el siglo XVII con la factura del trazo suelto, como si fuera un legado para todos ellos, porque al ser contemplada en el detalle evoca la abstracción que supuestamente los vincula si olvidamos la eterna disyuntiva entre figuración y abstracción, entre relato y pura forma. Aunque, en cambio, otros no ven ninguna relación entre el pintor y su idea creadora con los informalistas, a pesar del sentido homenaje. Sea como sea, su herencia es legítima y su admiración evidente y compartida por cualquier pintor o amante del arte pictórico.
Los comentarios desinhibidos pero bien meditados que cada artista y crítico hace, merecen un texto aparte por la calidad e imaginación de todos ellos. Para citar algunos de los más breves o fragmentos significativos, este de Brossa, por ejemplo: «En ciertos aspectos, el informalismo no hace más que añadir nuevos datos a un problema que Velázquez había empezado a resolver». Dalí recuerda la afirmación de Quevedo: «Pintó con manchas distantes», y añade que «su obra es un producto de la flema de su saudade». Ferrant nos dice que «fue, es y será, por haber pintado con una tranquilidad pasmosa de la que no se resistieron sus pinceladas», y Millares ve que prefigura a Goya porque «nos guiña el ojo negro, la rabia incontenible» que comparte con el otro genial pintor. Luis Feito lo define como precursor del impresionismo, y Manuel Rivera dice que Velázquez «es un aparecido en nuestro espacio otro», mientras que César Manrique lo ve como el primer pintor de acción de la historia. Invirtiendo los términos, Joan Arús se pregunta qué pensaría Velázquez del informalismo y la abstracción actuales. En una poética semblanza de un momento personal de vívido recuerdo, Joan Perucho concluye: «La realidad absoluta, en su pura desnudez objetiva, no podemos asirla. Pero no nos preocupemos demasiado. Porque el arte, desde Velázquez a los impresionistas, es precisamente esto: el arte es lo que no es».
Santos Torroella ya anticipa y nos viene a decir en el prólogo que ante el desafío de apresar la realidad, «los jóvenes informalistas están intentando practicar un arte como la vida, como realidad no imitativa ni trascendente, sino sólo como eso, como realidad pura y escueta, válida por sí misma», para terminar diciendo que «¿no se explica así que haya partido de ellos, precisamente, este homenaje “informal” a Velázquez?».
El catálogo asombra y seduce por mostrar los comentarios de puño y letra, un privilegio, ya que de los pintores tenemos fácil conocimiento de su obra y tal vez de su firma, pero mucho menos de su caligrafía. También nos seduce por su delicado formato que continuó en toda la serie.
Y por último, este pequeño libro –porque es más que un catálogo– es rico y fascinante gráficamente debido a que los autores no se conforman en escribir sus ideas, sino que también lo hacen a la manera de un artista plástico, con potentes grafismos en sus estilos, caligrafías expresivas o letras dibujadas con imaginación gráfica de pintor informal. Gracias a esos trazos tan vivos, espontáneos y elocuentes de la mano que escribe o dibuja, el conjunto de la publicación es un continuo banquete para la vista que nos sorprende página tras página.
Velázquez es todo lo que nos proponen estos artistas y críticos rendidos ante su sabiduría, y mucho más. Es el artífice del gran enigma de la pintura que es Las Meninas. Observando el dedo y no la luna, nos hace saber y nos hace ver que los artefactos que creó eran una ilusión, un trampantojo. Pero mirando la luna y no el dedo, nos presenta un reflejo del misterio de la realidad que nos devuelve la mirada, algo muy parecido a la verdad. La sabiduría pictórica de Velázquez es impasible, descreída, refractaria, es reticente, es decir, elegante y profunda.
Albert Culleré
Fotografías: Andreu Bernal/Tau Diseño
Catálogo procedente del archivo Pedro García-Ramos
2 comentarios
Javier García del Olmo
31/10/2019
El catálogo/opúsculo de esa exposición es elocuente, como informa Culleré, de una generación imbuída por el expresionismo abstracto. Una belleza metáforica del referente realista que es Velázquez, eso que ahora se ha puesto de moda “diálogo de Saura con Goya” o la “entrada” en El Prado del artista alemán de los churretones.
Pero la apuesta de la Sala Gaspar me parece que fue sincera y corresponde a su época, no como ahora con el mercantilismo de llamada para “atraer” a visitantes a ciertos museos que no encuentran recursos (ni creatividad) para campañas publicitarias coherentes a su valor identitario, como es el caso del Lázaro Galdiano, Romanticismo, Cerralbo, etc.
Por otra parte, en el texto se habla de caligrafía con “generosidad” para definir trazos de escritura personal.
Es frecuente ahora atribuir con definiciones erróneas, como en el caso de llamar tipografías a letras dibujadas que son rotulación por definición, ahora lo definen en inglés por colonización del lenguaje, cuando no por complejo de inferioridad, véase lettering para la rotulación o letterpress para la tipografía. Por cierto, tipografía definía a los que trabajaban en la imprenta de la era del plomo, y tipógrafos eran los cajistas no los creadores de tipos. La galaxia Gutenberg (siempre en expansión) que es definición moderna perfecta en su significado, no se dijo universo…, ni el mundo de…, tiene (tuvo) tal riqueza lingüística que tiene sus propios diccionarios, como nos recuerda mi querido y admirado José Martínez de Sousa.
Escritura, Caligrafía, Rotulación y Tipografía tienen en común la letra, su tirado, trazos, morfología, métodos, tratados y su arquitectura son materias que la definen en uno u otro sentido, pero a cada palo su vela.
Recientemente ví una “obra maestra” en forma de libro de artista seriado (¿…?) de un lado la receta del cocinero Arzak de su puño y letra en estampa al aguafuerte por un grabador y lo llamaban caligrafía, y enfrente un grabado de Nagel para comecializar la idea de esos garabatos del gran cocinero… o sea ampliando el mercado de la cocina, jejeje, que no del grabado. así las cosas.
Javier García del Olmo
31/10/2019
Y no lo dejo en el tintero, más elocuente aún es el texto de Culleré con esa disección y profundidad que conforma una ayuda para los nuevos “visitantes” a esta galería del arte contemporáneo y su dificultad para comprenderlo. Quiero decir que me gusta mucho como escribe… al igual que Amón, Aguilera Cerni, Haro Ibars y tantos modernos de aquella época tendrían que ser reeditados y promocionados.