Michael Beirut recuerda en el libro “Palabra de diseñador” como descubrió el equivalente norteamericano del Letraset: “…un buen día mi padre visitó una feria profesional en la que regalaban muestras gratuitas de un flamante nuevo producto: hojas de letras transferibles. Trajo a casa una hoja de la Helvetica Medium de 36 puntos del fabricante Chartpak (…) Era justo lo que yo estaba deseando: verdadero diseño gráfico instantáneo, mágico y envasado”.
Mi descubrimiento del Letraset fue muy similar. En una de las primeras ediciones de SIMO, la Feria madrileña especializada en mobiliario de oficina, se repartían hojas de muestra de esta novedad que luego resultaría ser de una enorme utilidad para diseñadores y arquitectos de la época. En aquel momento, todavía un estudiante de Bachillerato, no sabía que me iba a dedicar profesionalmente al ejercicio de la profesión del diseño y la importancia que esta herramienta iba a tener para mi.
El pionero del diseño gráfico español Manolo Prieto, contaba que su proceso creativo comenzaba manoseando los cachivaches que se encontraba en lo que llamaba su “caja de las delicias” donde guardaba desguaces de todos los aparatos que se habían ido rompiendo en su hogar, tornillos de todas clases y tamaños, tapaderas de cajas, enchufes de luz incompletos, trozos de bolígrafos, arandelas, muelles, botones, algún que otro pito, etc. A partir de ese inicio en el que se dedicaba “a revolver, pareciéndome todo nuevo”, surgía el boceto, que era a su juicio lo más importante de la obra. En mi caso, y sospecho que en el de muchos de mis colegas de la época, mi proceso creativo, mi “caja de las delicias”, en más de una ocasión, comenzaba hojeando el catálogo de Letraset, una publicación en formato A4 diseñada en algunas ocasiones por Glenn Travis Associates y organizada por bloques que mostraban diferentes productos: un listado de Tipografías, líneas, esquinas redondeadas; símbolos arquitectónicos (Ver post anterior), tramas, cintas, Letrasign, hojas con el acostumbrado “Loren ipsum” de texto simulado, archivadores para conservar las hojas… y con el paso del tiempo pliegos impresos de color siguiendo el codificado de Pantone, material de trabajo para estudios, productos de aerografía e incluso software para diseño gráfico. Un soporte semitransparente de tonalidad azulada incluía por una de sus caras los tipos con un ligero adhesivo que al ser presionados en su superficie, generalmente mediante un lápiz blando con la punta deliberadamente roma o el capuchón de un bolígrafo BIC de los de antes, se transferían al soporte elegido por el diseñador. La técnica de transferencia requería una cierta práctica y una herramienta adecuada, ya que la presión no podía ser ni demasiado débil –lo que no permitiría la transferencia– ni demasiado intensa, pues en ese caso el tipo se dañaba y el resultado era fallido.
La totalidad de los más de doscientos alfabetos recogidos en el catálogo se ofrecían en negro y alguno de ellos también en blanco con el fin de poder ser transferidos sobre fondos intensos haciendo el efecto “negativo” y, en otros casos, cuando el tipo era muy demandado, en color rojo, azul, verde, plata e incluso dorado. Los tipos estaban disponibles en diferentes tamaños que normalmente iban desde los 6 a los 288 puntos, como en el caso de la tipografía “Franklin Gothic Extra Condensed” o los 144 puntos del tipo estarcido “Charette” atribuido a Le Corbusier, siendo la oferta más normal cuatro diferentes tamaños entre los 36 y los 60 puntos. En algunos casos junto con el nombre de la tipografía aparecía el autor de su diseño. Como es fácil suponer el tipo que más variantes presentaba era el todoterreno y ubicuo Helvetica con diferentes versiones incluidas una Medium Reversed, una Shaded o una Outline.
Letraset se fundó en 1958 y aunque oficialmente terminara su actividad en 2016, algunas editoriales como “Unit” han recogido en su interesante publicación “Letraset. The DIY Typography Revolution”, que la experiencia se resiste a morir en el sentido de que las nuevas generaciones de diseñadores utilizan este recurso de un forma original y creativa como es el caso de la serie bautizada como “Rubylith” que se puede visitar en la St Bride Library de Londres. Un dato anecdótico pero significativo de hasta donde se puede llevar el uso de esta herramienta concebida para diseñadores es la manera como el pintor inglés Francis Bacon introdujo en los años 70 bloques de letras a partir de las hojas suministradas por Letraset en su obra “Triptyc May-June 1974” y en otras de sus pinturas. ¿Tal vez una reminiscencia de la “osadía” de Pablo Picasso en su “Ma Jolie” de 1911-1912 al introducir letras en el retrato de su amante Marcelle Humbert?
En el año 1973 se presentó “Compacta”, el primer tipo original diseñado por “Letraset”. Dentro de las ofertas que la empresa ofrecía a sus usuarios estaba “Letragraphica”, una serie de nuevos tipos seleccionados por un panel de siete prestigiosos diseñadores de varios países formado por: Derek Birdsall, Roger Excoffon, Colin Forbes, Armin Hofmann, Herb Lubalin, Marcelo Minale y Lou Dorfsman. El servicio de suscripción a “Letragraphica” se concretaba en envíos de entre 30 y 35 hojas que incluían diferentes cuerpos de 7 u 8 de los nuevos tipos seleccionados. Para incorporar nuevos tipos a la colección, Letraset animaba a sus usuarios a presentar sus propios diseños tipográficos con el fin de ser estudiados por el panel de expertos seleccionadores.
La gran diferencia entre pulsar una tecla y que aparezca una letra y el proceso de transferirla mediante presión sobre una superficie es obviamente el tiempo empleado en cada operación. La enorme ventaja de ese tiempo extra empleado en lo segundo es que mientras dura la tarea de transferir letra a letra una palabra o frase determinada, en esa operación, obligatoriamente, nos tenemos que fijar con una actitud necesariamente de concentración en la forma de la letra sobre la que estamos trabajando: cómo son de finos o gruesos sus trazos, cuál es la forma de los remates, ¿tiene unos espacios interiores muy abiertos?… Y algo parecido ocurre con respecto al espaciado entre letras: ¿hay dos letras juntas que por su dibujo se separan visualmente más que el resto de las parejas de letras de esa palabra?
El asunto del espaciado entre letras es tan importante que las hojas de Letraset incorporaban debajo de cada una de ellas unos trazos que supuestamente servían para que juntándolos se consiguiera el “interletraje” correcto entre cada dos letras, un sistema bautizado como “Spacematic”. Esos trazos-guía se podían transferir también, pero una vez comprobada la adecuada separación entre letras se eliminaban retirándolos con cinta adhesiva para que no quedasen restos de ellos. Evidentemente esta operación era para principiantes en el “arte” de la transferencia y, evidentemente también, este recurso no funcionaba cuando se buscaba intencionadamente una distancia entre letras más acusada.
El diseñador Kurt Weidemann considera que de los aproximadamente treinta mil tipos que hay en el mercado, 29.990 se podrían tirar al mar sin que eso supusiera ninguna pérdida cultural. En los años en que comencé mi trabajo como diseñador las empresas de artes gráficas ponían a disposición de los diseñadores un repertorio realmente corto de posibilidades tipográficas, tal vez solo esas diez familias que salvaría Weidemann. Pero había escapatoria: los doscientos alfabetos que se podían encontrar en el catálogo de Letraset, aunque estos evidentemente solo para el uso en titulares o frases destacadas dentro de una pieza gráfica. Y a partir de esa oferta tipográfica empezaba la delicada tarea de atribuir una tipografía determinada a un tema concreto. ¿Si el asunto era tecnológico se debía elegir la Coutdown? ¿Si de una floristería se trataba, la University Roman? ¿Si estábamos trabajando en una colección de cuentos infantiles, entonces la Cooper? ¿Optima para temas religiosos?; Bodoni, evidentemente era para temas de moda y Bernhard Antique para transmitir un cierto mensaje revolucionario. La Stop para discotecas o tiendas de ropa juvenil; American Typewriter para informes y trabajos de carácter periodístico… y así para cada tema. Más allá de la broma y la simplificación, elegir una tipografía y no otra era, y es, encontrar el tono de voz adecuado al mensaje, dar sonoridad a las palabras, buscar el timbre diferente. Volviendo otra vez sobre la cita de Michael Beirut del principio, el catálogo de tipos de Letraset era, literalmente, verdadero diseño gráfico instantáneo, mágico y envasado.
Emilio Gil
(Extracto de un capítulo del libro “Capas en el tiempo”, Experimenta Editorial, en preparación)
4 comentarios
Carrmen
23/06/2021
Me acuerdo perfectamente de la tienda de General Margallo donde iba a comprar las hojas que se necesitaban en el estudio de diseño para el que entonces trabajaba (años 80).
Andreu
23/06/2021
Cada vez que tengo un libro impreso en las manos disfruto del olor del papel, el gramaje, su encuadernación, el peso que tiene… e inconscientemente tengo la sensación de teletransportarme a un taller gráfico de toda la vida, lleno de tintas, clichés, tipografías de plomo, junto con un impresor que lleva toda la vida jugando con esos “cachivaches” que, de alguna manera, se asemejan a los que tenía Manolo Prieto en su casa.
En mi caso, llegué tarde para el letraset. Tanto el ordenador como los programas de diseño habían aflorado ya, metiéndome de lleno en esa comodidad de apretar una tecla o de elegir entre miles de tipografías subidas a internet. Pero me acuerdo de un ejercicio que nos puso Lucinda Morrisey en clase de Tipografía que se trataba de superponer la Garamond y la Baskerville previamente repasadas en papel de acetato y buscar las diferencias. Ahí fue cuando comprendí que las tipografías tienen alma y transmiten un mensaje, a veces en susurros y otras a pleno pulmón.
Estoy seguro que la sensación de ojear y sentir un libro, o dibujar los trazos de una letra es la misma que ojear o transferir una letra de un catálogo de letraset. Simplemente te transporta a un mundo mejor.
Albert Culleré
28/11/2021
Las letras transferibles nada sabían de “tracking”, pero los espaciados eran bien guiados por el buen ojo del grafista, intuitivamente y casi infaliblemente. Antes de presionarlos con destreza, era la lógica de la forma de los caracteres y sus huecos los que se imponían en relación a sus inmediatos vecinos. No había ningún método, pero con un poco de práctica se conseguía la suficiente pericia; bien aprendida la lección lineal y correlativa, era el momento de lanzarse a enlazar unas letras con otras y, si convenía, a fragmentarlas, descomponerlas, amontonarlas, y a cualquier locura tipográfica para que las palabras tuvieran una vida visual distinta a la habitual, tal vez para pasar del susurro al pleno pulmón, como bien dice Andreu. Letraset permitió liberar a los tipos de sus cajas y darse la mano con el “lettering”, que no ha dejado de vivir auges consecutivos con la libre expresión de sus grafías. Las letras transferibles también fueron una herramienta de gran utilidad para el collage y la poesía experimental o poesía visual, como el ejemplo de las ilustraciones de Julián Santamaría en un post anterior que nos señala Emilio.
Luis
18/09/2022
Michael Bierut. Beirut es una ciudad.
Precioso artículo.