En 1973 tuvo lugar en la sede del Colegio de Arquitectos de Barcelona –y en la Galería madrileña Iolas Velasco– una exposición de Alberto Corazón titulada “Leer la imagen”. Ferràn Cartes escribió a raíz de ella en la revista CAU –uno de los escasos ejemplos de crítica del diseño y de la comunicación visual en publicaciones españolas (ver post anterior)– que “la operatividad de la imagen no se consigue utilizándola como vehículo unidimensional de tesis personales, sino enriqueciéndola con cuantos niveles de discurso pueda vehicular, e instando al lector a aprehenderlos en el mayor número posible”.
Me gusta volver a detenerme en estas cubiertas de libros que Alberto Corazón diseñó hace ahora casi cincuenta años. ¿Son portadas enriquecidas con varios niveles de discurso o son un “vehículo unidimensional de tesis personales”? Paradójicamente considero que son ambas cosas. Los diseños editoriales de Alberto en aquellos años del tardofranquismo para Redondo Editor, Ciencia Nueva, Comunicación, Ariel, Castellote, Grijalbo (México), Doncel, Pablo del Río, Seix Barral o Visor, son –desde mi punto de vista– las dos cosas a la vez: densidad de niveles al servicio de una clarísima toma de posición teñida de compromiso político.
El tratamiento de la fotografía y de las ilustraciones fuertemente contrastadas, el repertorio de tipografías que remitían a los escasos medios disponibles desde la clandestinidad, el “desmañamieto” pretendido –a veces para disimular los resultados inciertos de un proceso de edición no siempre controlable y otras claramente intencionado– son, para mi, un ejercicio estupendo de coherencia en el diseño con “carga de profundidad”.
Como escribe Fernando López Aguilera en su texto para el catálogo Trabajar con signos “la portada del libro constituye el espacio emblemático de expresión gráfica de Alberto Corazón, el gran formato de su identidad, en el que junto al cartel, del que resulta incuestionable matriz, se funden los lenguajes de su gramática pictórica y su dicción como diseñador”.
Cuando tanto se habla de la lenta desaparición del libro físico, o de una intencionada muerte anunciada de éste, me parece que las cubiertas recogidas en este post y los libros que prologaban, confirman que la materialidad de ese objeto que tanto ama Alberto Corazón necesitaban algo que, de momento, el soporte digital no es capaz de transmitir.
4 comentarios
Noemi Yoliztli Cruz
04/02/2014
¡Me encanta! Gracias por compartir Emilio.
mer
05/02/2014
me encanta¡ leer la imagen con “carga de profundidad”, gracias¡
Juan GS
06/02/2014
Los libros no mueren, querido Emilio, ni siquiera el papel. Con suerte, iremos yendo a una impresión bajo demanda -algo mucho más saludable para todas las partes-. Y las cubiertas seguirán siendo una parte necesaria del mensaje. Y el diseño, la forma de contar sin atarnos a las palabras.
Siempre gracias. Siempre un placerazo leer estos posts.
Un fuerte abrazo,
JGS
Albert Culleré
07/02/2014
Me ha gustado volverme a encontrar con estos trabajos iniciales de Alberto Corazón que fueron siempre fuente de estímulo e inspiración. A diferencia de las de Daniel Gil, que normalmente las construía mediante una metáfora visual, Corazón daba cita en las portadas a material gráfico disperso, a la manera “d’objects trouvés”, los presentaba, se daban la mano y los dejaba que ellos mismos en abierto diálogo se complementaran y dieran cuenta y razón de sí mismos con un nuevo relato gráfico. Incluso en las puramente tipográficas, los enunciados están en precario equilibrio, como diciendo que nada es lo que parece.
Por eso, a diferencia de las de Gil que eran “de una pieza”, las portadas de Alberto estaban confeccionadas de retales, y eso les daba una frescura insospechada, tal vez más pop, llenas de encanto y misterio. Las dejaba entornadas para que el lector las abriera de par en par.