“Repasar las imágenes generadas a lo largo de todos estos años va más allá de un posible análisis de sus valores gráficos y se convierte en un testimonio de la pequeña historia cotidiana de Barcelona”.
Pilar Villuendas fundó su estudio a mediados de la década de los 70 del pasado siglo. Recorrer los diseños que se recogen en el libro de reciente publicación “Barcelona, una iconografía urbana de la Transició”, o en alguna de las imágenes de este post, representa un hallazgo en un doble sentido. Por una parte remiten a la lucha contra el tardofranquismo y a los primeros años de la transición democrática y, por otra, muestran el encuentro con una expresión formal y de recursos que sí se podría calificar de un estilo de diseño propiamente –genuinamente–, catalán. Durante años se especuló de una forma un tanto superficial sobre si existía un diseño “mediterráneo”, estilo que al final se sostenía en unos pocos tics gráficos que permitieron mantener esa ilusión. Sin embargo, los trabajos del estudio de Pilar Villuendas –más adelante “Villuendas + Gómez” con la incorporación de Josep Ramon Gómez– sí respiran para mi una catalanidad difícil de expresar pero a la vez, y paradójicamente, profunda.
Las imágenes de este blog hablan de modestos proyectos empresariales y también de una ilusión colectiva, de una nueva generación de diseñadores que se puso al servicio de asociaciones de vecinos, sindicatos y partidos políticos de izquierda, que “utilizaban –como se lee en el texto de introducción del libro antes mencionado– unos medios muy limitados y una gran inmediatez de acción, con una falta absoluta de recursos económicos”. Diseño activista en fin.
2 comentarios
Juan Luis Cordero
18/06/2014
Estamos ante una síntesis gráfica de la atmósfera que presentaba quien encarnaba la hegemonía política y cultural en la Barcelona de los 70 (antes y después de la muerte de Franco), que no era “la izquierda” en general, ni el nacionalismo, sino el partido de los comunistas catalanes, el PSUC, y su universo de lucha cultural, un universo de identidad explicita o, la mayoría de las veces, implícita o “tapada”, que atraía hacia sí todas las formas de progresismo, incluyendo el nacionalismo catalán (la cuatribarrada no falta nunca ni en CCOO, el sindicato del partido también en Cataluña), pero un nacionalismo no burgués, sino asimilado a la lucha popular. En efecto, aquí están en forma gráfica todos los “frentes” de la cultura y de la lucha ciudadana (los barrios populares, los cantautores, el sindicato, el cine revolucionario o alternativo, las chimeneas humeantes, los logos-marca de una única mancha, las empresas progresistas…) que desplegaba el comunismo catalán, desarrollando una estrategia universal de gran envergadura (la lucha cultural como esencia de la lucha política para la disolución del “cemento” –la cultura y la moral– que consolidaba el “bloque histórico” de aquella sociedad tardo franquista en ebullición) una estrategia que había preconizado y detallado Gramsci y que encontró en el comunismo catalán, junto con el italiano, a su mejor interprete y ejecutos, una estrategia que incluía un estilo gráfico propio, con características comunes a todas sus manifestaciones concretas, que lo identifican (cierto industrialismo de almacén en los caracteres-sello, vuelta a los contenidos gráficos originales de los temas representados, collage simple…) pero con esas manifestaciones concretas presentadas como variadísimas, y que parecen no tener unidad; justo la representación de la estrategia que se aplicaba: unidad de acción subterránea, pero “interculturalidad” en la gran cantidad de manifestaciones de esa estrategia.
Propiamente se puede hablar de un estilo gráfico barcelonés –y por ello catalán- que representaba la totalidad del mundo cultural de la ciudad en la década, porque la hegemonía de la estrategia descrita y de su correlato gráfico era total, absoluta, única e indiscutida. Era la atmósfera de la ciudad. Hay que prescindir de las categorías políticas y culturales actuales para poder entender lo que pasaba. La hegemonía descrita del PSUC, constituido en “intelectual colectivo” (porque de tal partido era realmente esa hegemonía) no se identificaba sin embargo con ese partido, sino con algo atmosférico y sobrevenido con el desenvolvimiento del espíritu de la historia; y todas las “culturas” de la ciudad, incluidos por supuesto los sectores ideológicos socialistas, muy débiles, y nacionalistas, y aún conservadores y eclesiásticos, aceptaban y participaban de esa atmósfera que poseía, bajo su aparente heterogeneidad, una inconfundible identidad gráfica. Estábamos aún en una época no postmoderna, y buscábamos, para identificarnos con ellas, a las vanguardias y a las hegemonías, un impulso mucho más fuerte que la observancia de la moral de lo políticamente correcto que actualmente practicamos.
Los “luchadores de la cultura” se lo tomaron tan en serio que finalmente se convirtieron en magníficos profesionales en sus respectivos ámbitos, convirtiendo los medios (la cultura, y aquí la cultura gráfica) en fines. El impulso político perdió fuelle y sustancia, y la política pasó a las manos de los profesionales de la cosa (aparatistas-funcionarios del nacionalismo catalán, flanqueados por los del socialismo; una modalidad de clase política históricamente “madrileña”, absolutamente ajena a la tradición burguesa nacionalista, pero cuyo gen ha mutado catalán y domina absolutamente el aparato político-administrativo del pre-estado ) La hegemonía cultural del “intelectual colectivo” devino en el mundo riquísimo y heterogéneo de la postsmodernidad cultural –un mundo de un conservadurismo-progresista y/o viceversa– al que se incorporaron exitosamente los “grafistas activistas” –magníficos– ya más o menos despolitizados.
Supongo
Albert Culleré
28/06/2014
El periodista Xavi Ayén, acaba de publicar el libro “Aquellos años del boom” sobre los escritores latinoamericanos que en los años 60-70 tomaron Barcelona como residencia y plataforma de lo que fue uno de los acontecimientos más sonados de la literatura en el pasado siglo y en todo el mundo; en el prólogo nos dice: “El boom,… /no fue cualquier cosa, sino muchas. Una amalgama apasionada y vital en la que todo se mezclaba: un estallido de buena literatura, un círculo cerrado de profundas amistades, un fenómeno internacional de multiplicación de lectores, una comunidad de intereses e ideales, un fecundo debate político y literario… / y destellos de alegría y felicidad”.
Los años de la pre-transición y transición política española también fue todo eso, una comunidad de intereses e ideales expresada de forma exultante en Barcelona. Es del todo cierto lo que afirma Juan Luis Cordero, y muy especialmente en lo referente al PSUC que era el epicentro político y cultural, el partido de militantes y simpatizantes que estaba más bien estructurado, la izquierda hegemónica, la nave nodriza de decenas de partidos que surgieron en este otro boom después de 40 años de maceración en las bodegas del cava más naturalmente brut, que se destaponó en un ensordecedor y espumoso alarde de entusiasmo.
Lo que el PSUC representó (y que Pilar Villuendas convirtió en un emblema de toda una generación), fue todo lo que apunta Cordero, pero incorporó algo inédito en comparación a la proclamación de la Segunda República (extremadamente polarizada y marcadamente proletaria por la izquierda), porque fue el inicio de la expresión de la nueva clase menestral, la clase media ascendente de empleados, comerciantes, pequeños empresarios y profesionales, alineados a la izquierda o centro izquierda, que con la participación o no de partidos progresistas se organizaron civilmente, desde participar en la Asamblea de Cataluya a la acción de las Asociaciones de Vecinos; la movilización iba por barrios, y las iniciativas se multiplicaban. No está de menos recordar que el PSOE en Cataluña en aquellos años ni tan solo tenía presencia, solamente la tuvo de manera testimonial en el proceso de sobrevivirse y afianzar el Partit Socialista-Convergent con el que se fusionó para crear el PSC.
Lo que atinadamente Emilio y Juan Luis definen como genuinamente catalán o barcelonés, que en este caso viene a ser lo mismo, y ante la pregunta de ¿en qué consistía tal estilo? ambos lo definen muy bien: limitación de recursos, inmediatez, activismo político y cultural, comunicación instantánea, y gráfica de guerrilla, etc.; pero yo añadiría también la tradición visual o gráfica recuperada, como la de la prensa diaria, cultural o satírica pre-republicana y la propaganda republicana, tipografías años treinta, y estilismos parecidos que la estética de fotocopia y de imprenta de la esquina ayudaban a plasmar. Es decir, recuperar el pasado cultural de más prestigio nacional -como el Modernismo y el Noucentisme- y el cartelismo comercial y la gráfica anarco-revolucionaria final, salpimentado todo de pop desinhibido, una mezcla explosiva de alta intensidad y de alta expresión comunicativa.